jueves, 16 de septiembre de 2010

Crónica de una boda anunciada (1 de 2)



La cosa comenzó bien. Vitalismo en estado puro. Terracitas, pinchos y buen rollo salmantino. Las horas previas al enlace sirvieron para volver a caminar por Salamanca, recordar tiempos más jóvenes y admirar toda la historia que han visto pasar sus calles…

Servidor y acompañante ya habíamos hecho noche el viernes, y nos encontramos con el resto de invitados “asturianos” (el entrecomillado viene a cuento, como luego se verá) a eso de las dos de la tarde. Una cervecita en una terraza y al Bambú a darle al pincho… Uno, dos, tres pinchos, con sus correspondientes cañitas, lo que se tradujo en cierta euforia, que continuamos en un chiringuito callejero, puesto que en esos días la capital salmantina celebraba una especie de feria… muy buena iniciativa, no cabe duda. Tras alguna leve insinuación sobre la posibilidad de seguir la euforia por las casetas y no acudir a la boda, decidimos darnos un respiro hasta las seis de la tarde e ir a dormir la siesta al hotel.

Seis y cuarto de la tarde. Salimos del hotel, bien engalanados, rumbo a una parada de taxis. La boda se celebraba en el Castillo del Buen Amor. A unos 20 kilómetros de Salamanca, dirección Zamora. Aunque no estábamos seguros. Ni nosotros ni el taxista, quien tuvo que consultar su móvil varias veces dando algún que otro volantazo… Al final, en medio de la nada, rodeado de penillanura y dehesas, emergió el castillo. La verdad que el edificio no estaba mal. Un castillo recuperado pero sin ningún pastiche o artificio. Vamos, que se veía que tenía sus años. Los salones estaban muy bien decorados y las habitaciones se repartían sin ningún orden aparente salpicadas, aquí y allá, entre las dependencias del castillo.

En la puerta estaba el novio. Con su chaqué, tranquilamente, esperando. En torno a las 19 horas. Nos hicimos unas cuantas fotos con él y recibimos alguna que otra advertencia respecto a la clase social de la mayoría de personas invitadas, que nos tomamos con humor. Y una casualidad: una amiga de mi acompañante trabajaba en el castillo… así es el mundo de pequeño… Nos enseñó varios salones, y nos recomendó subir a la torre del homenaje, para disfrutar de las vistas... Tras repostar en el bar, para allá fuimos. Había que subir una escalera y luego continuar por un atrio hasta un buitre disecado… allí estaba el pobre bicho, contemplando el patio con las mesas del banquete y a los encorbatados que se disponían a subir la escalera de caracol que daba a la torre. La verdad que la vista reafirmaba la impresión de que aquel castillo estaba en medio de la nada. Llanura y dehesa, sol y Castilla, España en estado puro… Como reflexionó un invitado posteriormente en los baños “¿Qué coño defendería este castillo? Si no hay nada…”.

Total, que el que esto escribe decidió dar la vuelta al estrecho pasillo que bordeaba el interior de las almenas para contemplar las vistas desde otro punto cardinal. Al pasar al lado de una antena de televisión, sintió una especie de zumbido en la nuca y, presa de su miedo irracional a los insectos, echó a correr con el consiguiente riesgo de despeñarse desde 30 metros de altura o, al menos, caerse al nivel inferior, unos 3 metros. El resto de personas advirtieron: “hay un nido de avispas, salieron 8 ó 9”. Buf, había que salir de allí rápidamente, escalera de caracol abajo. He visto algún reportaje de La 2 en el que avispas rabiosas mataban a gente por pisar un nido… parece que estas se relajaron y nos perdonaron la vida. Por un pelo, aunque no fue el único incidente preboda…

Volvimos abajo, al pobre buitre. Mientras esperábamos que bajara de la torre el resto de la comitiva observamos que algo pequeño se caía de una viga. Me acerqué, pensando que sería una cría de pájaro, pero resultó ser un murciélago, que decidió morirse en ese momento… otro mal presagio.

Bajamos a ver la ceremonia, que se celebraba en las mazmorras del castillo. Un dominico, con su sotana reglamentaria, era el encargado de oficiarla… recordé viejos fantasmas cuando vi entrar aquellos hábitos amarilleados. El ambiente abajo era irrespirable. Humedad y ochenta personas con sus ciento sesenta pulmones compitiendo por el oxígeno en aquel sótano… en la entrada nos quedamos, esperando que bajara la novia… y el momento no acababa de llegar. Estábamos ya a punto de asfixiarnos, al borde del ataque de ansiedad, cuando al fin apareció… pasó por delante nuestra y se dirigió al altar. En cuanto pasó, nos salimos de allí y respiramos aire puro… qué maravilla…

Tras recuperar el aliento, nos dirigimos directamente a la zona de pincheo, donde un camarero perfeccionista se esmeraba en cortar las lonchas de jamón más finas del mundo… Hora y media estuvo allí y el jamón no bajaba… Tras una hora esperando, comenzaron a subir los invitados y sus conversaciones extraterrestres y pudimos probar el jamón y los canapés que pasaban. Regados, en mi caso por 3 ó 4 vinos blancos, supongo que de Rueda, por la cercanía geográfica. Tras mucho jamón y alguna que otra conversación con el novio, que era reclamado casi constantemente por los invitados, enfilamos la sala del banquete...


(continuará)

4 comentarios:

David Suárez Suarón dijo...

Seguro que vivía Drácula. Esperando la segunda parte. Os perdisteis otro convite y su traca final con Cicatriz, Nirvana,Siniestro Total Acdc... y Lucho cantando a Maná jejej.
Saludos.

El Brujo dijo...

Desde luego, el otro convite hubiera sido más divertido... y más "normal".

;-)

Kike dijo...

Si por normal entendemos habitual, el otro convite no tuvo un final normal :-D

El Brujo dijo...

Actualización con fotos, cortesía de Guaje Merucu...